martes, abril 12

Yuri Gagarin



Hace 50 años, durante la Guerra Fría la URSS dio un paso adelante que dejó perplejos a sus enemigos estadounidenses y sus astronautas. Después de muchas pruebas lograron llevar al primer hombre al espacio; el primer cosmonauta se llamaba Yuri Gagarin, hijo de de un carpintero, fue él mismo un obrero y piloto de grandes méritos.

El 12 de abril de 1961 Gagarin dio una vuelta a la tierra a bordo de la nave Vostok 1 y este es un extracto de sus memorias:

A través de la ventanilla de la cosmonave, la Tierra tenía un aspecto muy similar al que se presenta cuando se vuela a gran altura en aviones de chorro. Se distinguen con claridad los macizos montañosos, los grandes ríos, las extensas zonas boscosas, la costa de los mares. Vi muy bien las nubes y sus tenues sombras proyectadas sobre la superficie terrestre.
Cuando miré hacia el horizonte, divisé con nitidez una curvatura, cosa que no era lo habitual. La Tierra estaba rodeada de una aureola de tiente celeste cálido, luego esa franja se oscurecía gradualmente, se tornaba color esmeralda, azul, violeta y por fin negro carbón.
Contemplé con gran emoción ese mundo nuevo y desusado, procurando verlo todo y grabarlo en mi memoria. Por la ventanilla se asomaban unas estrellas asombrosamente brillantes y frías. Estaba muy lejos de ellas -¡tan lejos!-, pero desde la órbita del Vostok parecían más próximas que desde la tierra. No se trata, por supuesto, de unos cientos de kilómetros que, en comparación con los años-luz que nos separan de las estrellas son una gota en el océano, sino de algo trascendental: el hombre había superado la gravitación terrestre y había salido al cosmos.
Las ventanillas estaban provistas de cristales termoestables. A través de ellos se puede seguir haciendo las observaciones, inclusive durante el descenso, cuando la cabina está envuelta en llamas. Pude comprobarlo en el vuelo cósmico, cuando la nave abandonó su órbita y comencé a entrar en las capas densas de la atmósfera. A través de las celosías que cubrían las ventanillas, vi el reflejo, bastante siniestro, de las llamas entorno a la nave. Pero en la cabina sólo hacía 20 grados sobre cero, aunque se encontraba en medio de una bola de fuego que descendía veloz hacia la Tierra.
Unas celosías especiales protegían los ojos de los rayos solares directos. Tuve que usarlas enseguida tan pronto el sol "asomó" por la ventanilla. En el espacio cósmico la luminosidad es deslumbrante, quizá docenas de veces más intensa que en la tierra.

Yuri Gagarin, extracto de Mi viaje por el espacio, psicología del cosmonauta, en Reportaje de la Historia, t. 4 Barcelona, Planeta, pp. 9-10.
*La imagen viene de Yuriesfera

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