La vitrina es una solución práctica de inclusión y exclusión, muy útil para exponer objetos valiosos o interesantes con una barrera de cristal que evita el posible contacto físico de los curiosos que no tienen derecho sobre los objetos.
Antonio Ruíz El Corcito Verano 1937 óleo sobre madera
Una vitrina bien iluminada es el centro de la composición de la pintura que Antonio Ruíz “el Corcito” realizó en 1937. Dentro de ella tres maniquíes forman parte de una escena paradisiaca de playa, donde los tonos naranja y verde brillantes invitan a unirse, tanto, como amenazan con desbordarse, salpicando al espectador con agua salada y arena. Sin embargo, esa barrera de cristal tan eficiente lo impide. Afuera dos personas admiran el aparador. No podemos ver sus rostros, pero su atuendo nos cuenta mucho de ellos; son un hombre y una mujer; hermanos, tal vez pareja, amigos, no lo sabemos, pero en el instante que plasmó el pintor son una representación de México en su paso de nación agrícola llena de desigualdad, a un país industrial, moderno lleno de contrastes.
Regresemos entonces a los dos personajes, él lleva un overol de mezclilla, una tela resistente al trabajo duro y al tiempo que se popularizó entre la clase obrera en Estados Unidos en las últimas décadas del siglo XIX. Sus botas de trabajo, camisa roja y chamarra gruesa están muy lejos ya de la vestimenta común de los trabajadores porfiristas donde predominaban las fibras burdas que se obtenían del henequén, el maguey para obtener manta. Su sombrero tampoco es de campesino, más bien se percibe de fieltro, y nos cuenta cómo su dueño se adapta muy bien a la vida de la ciudad que no para de crecer desde que terminó la Revolución.
En ella su rebozo tradicional podría engañarnos pero basta observar un poco más para ver que su vestido de tono ocre es de tela brillante, no apto para la vida en el campo, lo mismo que sus zapatillas que en pulcro negro llevan tacones: el calzado perfecto para pasear por una calle recién arreglada, con edificios vanguardistas de estilo art decó, cuyas líneas rectas enmarcan la brillante vitrina ante la tenue luz del alumbrado público, de cuya presencia nos cuenta, el poste a la izquierda de la composición.
La escena se desarrolla de noche pues ese momento permite al artista resaltar la luminosidad del aparador, la puerta de la tienda de trajes de baño que muestran los maniquíes, sin embargo, se encuentra cerrada, pero nos queda claro que aún abierta, no cambiaría en nada la situación de nuestros personajes que absortos observan la irreal playa.
Verano (detalle de la pareja)
“El Corcito” nuestro pintor, nació en el Estado de México en 1892, artista de la Academia de San Carlos, fue discípulo de Saturnino Herrán, formó parte del sueño vasconcelista de las misiones culturales, y aunque su trabajo está principalmente en pequeño formato, es parte del movimiento artístico posrrevolucionario. Reconocido por Diego Rivera quien escribió una monografía sobre su obra, donde resalta sus habilidades para retratar la vida cotidiana, la tradición plástica puramente mexicana que según el muralista sobrevivió:
“...en pueblos lejanos, en los mercados, a donde no iban ni van nunca las “personas decentes”. En los tianguis maravillosos continuó viviendo y sigue viviendo esa tradición de plástica espléndida. No han conseguido matarla la sub-burguesíay sus lacayos artistoides y literatoides...*”
Rivera al reconocer al Corcito como un pintor maduro, digno de formar parte del movimiento artístico que él y Frida Kahlo lideraban, según su texto de 1942, también lo halaga como cronista de la ciudad, por su conocimiento sobre el verdadero México, ese de las calles, de los mercados, de los pueblos. Ese México que en 1937 año de “el Verano” se encontraba en pleno proceso de industrialización.
Diego Rivera ofrece en El portador de flores de 1935 una visión idealizada del campesinado.
Nuestro país durante el Cardenismo vió los últimos intentos reales por cristalizar una reforma agraria eficiente, se invirtieron grandes cantidades de dinero y se repartieron tierras, tantas que en 1940 el 47% de las tierras de cultivo eran ejidales, pero nuestra agricultura se estancó. Se privilegiaron los productos locales (maíz y frijol), sobre los de exportación y el campo comenzó a empobrecerse. Los experimentos como la Revolución Verde y la exclusión de los pequeños propietarios marcaron el destino de muchas personas, la Segunda Guerra Mundial, la política de sustitución de importaciones, que permitía producir localmente productos que antes se importaban, y el llamado “Milagro Mexicano” volvieron a este país una economía industrial marginando poco a poco al campo.
En los años de la pintura (1937) la población ocupada en la industria era un 15.6% del total y un 80% se empleaba en el campo. Ejemplo de este cambio son nuestros personajes que admiran la vitrina.
Vitrina en una tienda de Estados Unidos en 1937, el mismo año de la pintura.
Ambos son claramente citadinos, adaptándose a los cambios, a los nuevos trabajos, se encuentran sin duda, muy lejos de la cultura campesina, pero también muy lejos de los objetos en la vitrina. Como obreros apenas tienen días de descanso y su salario no les permite sumarse a la novedad que por esos años se popularizó: los viajes de vacaciones a destinos turísticos, especialmente si de playas exóticas se trataba, un lujo burgués. Una moral diferente pues seguramente la mujer del cuadro jamás se pondría un traje de baño tan atrevido porque seguramente hablamos de una ferviente católica. Una mujer que no se identifica con las modelos de las revistas, esas mujeres que el Chango García Cabral pintaba para Revista de Revistas, por la misma época. Ella aunque seguramente hermosa, no era una vampiresa o cosmopolita.
Chica estadounidense en la playa 1935
Víctimas del cambio, de una revolución que no alcanzó para todos, anquilosada e institucionalizada, nuestros personajes no sólo miran una playa de aparador cuyo ideal se encuentra a miles de kilómetros, admiran con asombro un país que no les pertenece, un país que los excluye y que los margina sólo como trabajadores. Basta ver el tono de piel de nuestros personajes comparados con los maniquíes. Una barrera de cristal los separa de la modernidad tan cacareada por los gobiernos mexicanos.
El Verano me parece una gran pintura, no sólo por la pincelada y el manejo del color, pues cuenta una historia de los años 30 en la Ciudad de México, que es muy actual pues al igual que los personajes de la pintura, hoy en día, miles de personas se van a la cama sin poder acceder a tantas cosas, muchas de ellas tan esenciales y que sólo pueden admirar dentro como una realidad alterna, la del país de la desigualdad, el país de la vitrina.
Referencias:
*Diego Rivera Mi querido Antonio Ruiz alias el Corzo (1942)
Rita Eder et al, Antonio Ruíz "el Corcito", México, Landucci, 1998.
Lorenzo Meyer, La institucionalización del nuevo régimen, en Historia General de México Versión 2000, México el Colegio de México, 2000, p. 825 y ss.
Wikipedia
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