martes, abril 28

A propósito del borlote epidemiológico, un escudo y Guillermo Prieto (Parte II)

Una de las escenas que más me ha impactado es el modo en que se restringe el contacto físico, no saludes de mano, ni de beso y que ha permeado hasta que efectivamente los chilangos no nos andamos tocando. La psicosis ha bajado y subido de nivel en los últimos días y especialmente en las últimas horas porque a veces nos cansammos del pánico colectivo hasta que lo volvemos a recordar. Estas fotos de la revista Time nos dan una idea clara: aquí
La semana pasada que se inició la alerta apenas algunos usaban tapabocas, hoy casi todos los usamos, de mayor o menor calidad y hasta de manufactura casera, no importa cuanto cuesten o si son realmente efectivos para protegernos, lo interesante es cuanto ha cambiado nuestra vida esta alerta en una ciudad donde casi nada nos mueve y prácticamente nada marca grandes diferencias. Es un hecho que nos tapabocas no son la panacea pero es un modo de hacernos responsables, y de manera un tanto frívola, sentirnos parte vital de un evento que ha llamado la atención mundial.
Muchos mexicanos han caminado entre farmacias y ferreterías buscando los tapabocas muchas veces como opción de supervivencia, eso y la búsqueda de algunas personas por la vacuna contra la influenza, sin importar de qué cepa se ha extraído o de Oseltamivir o cualquier antiviral, espero que no nos pase lo que relata Guillermo Prieto en Memorias de mis Tiempos sobre la epidemia de cólera morbo en 1833que también cobró muchas víctimas entre la poca higiene, la pobreza y la inestabilidad política de la época:

“Aún recuerdo haber penetrado por el entonces barrio de la Lagunilla, que tendría como treinta cuartos, todos vacíos con las puertas que cerraba y abría el viento, abandonados muebles, trastos espantosa soledad como si se hubiese encomendado su custodia al terror de la muerte.
[...] De tal manera dominaba el pánico, que se anunció que un sabio que vivía en el Puente de San Francisco número 4, había descubierto un parche que era preservativo infalible de la epidemia; esta medicina se atribuía a un químico, don Manuel Herrera. La gente se agolpó de un modo tan ansioso y tumultuoso que aquel fiat de salvación de vida, que fue forzoso poner guardias numerosos en la casa del señor Herrera para evitar un desastre; pero caten ustedes que ahí que el día menos pensado derrama en son de chisme, publica avisos, pega en las esquinas papeles y esparce alarmas alguien afirmando
que los parches eran segurísimos pasaportes para la eternidad.
Al siguiente día de este pánico las calles amanecieron blanqueando como una terrible nevada. Eran los parches que se habían arrancado del cuerpo las gentes. El pánico había invadido los ánimos, de manera que estaban en juego las medicinas y procedimientos más contradictorios.” *

Me parece que la reflexión en lo visto en estos días, en 1736 y 1833 es no permitir que el miedo sea el principal motor de la población, informarse y evitar a los charlatanes y, como curiosidad histórica y social estar atento a las expresiones de fe del pueblo mexicano pues son las expresiones más sinceras del sentir común.

*Guillermo Prieto Memorias de mis tiempos, México editorial Porrúa, 1985, col. Sepan cuántos 481,pp. 41-42

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades por el blog.

Saludos

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